
Intento reflexionar sobre lo que ha ocurrido estos días con el discurso de Benedicto XVI en Ratisbona. La ira desatada por islamistas radicales no me sorprende. No me sorprenden sus amenazas a Su Santidad como último eslabón de la cruzada anti-islamista. No me sorprende, es más, viene a confirmar lo que refiere Benedicto XVI en su discurso. No confío yo tampoco en el poder persuasorio de la violencia: la fe no debe imponerse por la fuerza, al menos en las conciencias capaces de pensar por libre.
Sí me sorprende el silencio de nuestro Gobierno. Sospecho que les desconcierta la existencia de un político, el Emperador Manuel II Paleólogo, que conociera algún asunto en profundidad (su fe cristiana y el Islam) y que fuera capaz de rebatir con argumentos válidos y razonados al sabio persa con el que entabla un diálogo.
Si alguno de nuestros gobernantes leyera el discurso, dudo que lograse captar su sentido. Pero sí les dolería la existencia de un político intelectual, aunque sea del medioevo, sin miedo a dar argumentos para fundamentar sus creencias. ZP no se atreve a decir claramente qué pretende con sus extravagantes leyes. Lo sabe, pero no se atreve a decirlo, porque quizá le falten argumentos, como se ha visto desde los inicios de su legislatura. Es más fácil semejarse a esos violentos radicales con quien simpatiza y demonizar a quienes se atrevan a levantar su voz a favor de la razón. Es más fácil imponer con la violencia del poder las leyes que les plazca, sin más argumento que la quema del figurín de quien se oponga.
Sí me sorprende el silencio de nuestro Gobierno. Sospecho que les desconcierta la existencia de un político, el Emperador Manuel II Paleólogo, que conociera algún asunto en profundidad (su fe cristiana y el Islam) y que fuera capaz de rebatir con argumentos válidos y razonados al sabio persa con el que entabla un diálogo.
Si alguno de nuestros gobernantes leyera el discurso, dudo que lograse captar su sentido. Pero sí les dolería la existencia de un político intelectual, aunque sea del medioevo, sin miedo a dar argumentos para fundamentar sus creencias. ZP no se atreve a decir claramente qué pretende con sus extravagantes leyes. Lo sabe, pero no se atreve a decirlo, porque quizá le falten argumentos, como se ha visto desde los inicios de su legislatura. Es más fácil semejarse a esos violentos radicales con quien simpatiza y demonizar a quienes se atrevan a levantar su voz a favor de la razón. Es más fácil imponer con la violencia del poder las leyes que les plazca, sin más argumento que la quema del figurín de quien se oponga.
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