Wednesday, November 26, 2008

¿Y tú de quién eres?


Ayer leía en el periódico que una madre se enfrentaba a una sentencia de cárcel por haber pegado una bofetada a un menor (su hijo), porque no quería hacer los deberes. Según la reseña se trata del clásico tortazo, no piensen en grandes palizas ni otras violencias. Y pregunto, como lo hacen en los pueblos: niño, ¿tú de quién eres? Por lo que se lee, parece que el menor es del Ministerio Público que pide la pena de cárcel para esa señora. No es el hijo de su madre, sino un menor del Estado español. ¿Por eso papá Estado defiende a su menor de las medidas adoptadas por una represiva madre que pretende ejercer su derecho a educar?

En el fondo del asunto parece estar la noción de “ciudadano”. El menor es un ciudadano y como tal, es amparado por la justicia, aunque ni él, ni su padre hayan puesto denuncia alguna, sino el centro escolar donde está matriculado. Todo ciudadano tiene este derecho, aunque todavía se esté gestando en el vientre de su madre, ya que en ese caso puede incluso recibir una herencia. Bueno, en realidad puede recibir una herencia, pero se le puede negar el derecho a recibir la vida, y ya recibida, incluso a nacer, aunque ese es otro asunto. A lo que iba, el ciudadano es del Estado y es el Estado el que lo defiende hasta de sus padres. ¿Razonable? Sí, pero desde un punto de vista meramente jurídico, pues en la vida real, el ciudadano es una persona y después todo lo demás.

Entonces ¿se puede pensar que hay algún interés escondido detrás de que dejemos de ser personas, es decir, Fulanito, de Menganita y de Perentano, para pasar a ser ciudadanos “menores” del Estado Español? Algo puede tener que ver el socialismo centralizador que nos gobierna y que ha logrado -con esfuerzo de años- hacer a los españoles sumisos ideológicamente a sus propuestas de ley. Sí, y no salgo por peteneras, porque según esta lógica, si ante todo se es ciudadano y no persona, en lugar de conciencia, lo principal que se tiene es un voto; luego en lugar de educar para formar la conciencia habrá que educar para orientar el voto. A esto se le denomina “propaganda” y desde ahora también Educación para la Ciudadanía, un arma estupenda para crear un marco de referencia de valores que coincidan con los contenidos electorales que en un futuro el socialismo les propondrá para que voten y para que abominen de todo aquello que sea peligroso para su anquilosamiento en el poder, ya sea porque active el pensamiento o porque les muestre la belleza de la libertad: la autoridad de los padres, el prestigio del profesor, el conocimiento de la historia, la lectura de los clásicos, la práctica religiosa, la adquisición de virtudes, el amor y respeto a la vida, etc.

El absoluto control que un Estado socialista pretende sobre todas las cosas (incluyéndose en este concepto a ciudadanos, ya que no son personas, ni tampoco animales, espero) está muy en contra del sistema educativo que, sin embargo, refuerzan con la polémica LOE: hacer que sea el alumno quien cree sus propios conocimientos con la mera observación y orientación del educador. Ellos dicen eso para la educación oficial, porque viste muy bien ser progresista en educación, es decir, aplicar teorías sin demostración real, con resultados patéticos en cuanto a la falta de conocimientos (como indica el informe PISA) y de abandono escolar, y no obstante ejercen una política de ideologización totalmente conductivista, en la que se suspende (cate, cero patatero, fracaso) con la exclusión social al que no repita su credo psoecrático. ¿Contradicción? Quizá menos de lo que parece: ignorancia y adoctrinamiento ideológico van de la mano.

Un buen bofetón a tiempo me parece por eso una medida educativa , a veces, muy importante, más que por su efecto inmediato, por el trato personal que significa. Antes de tomar conciencia de su ciudadanía, el niño debe conocer su valor como persona, como un alguien único, querido por lo que es y no por el voto que supone, y esto es verdaderamente difícil si no se le puede corregir. A muchos nos han dado un bofetón de pequeños y pienso, sin temor a equivocarme, que mi trauma, en caso de que lo haya habido, será siempre menor que el que posiblemente me hubiera creado ver a mi madre en la cárcel por intentar darme educación.

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