Sunday, February 20, 2011

El corazón de las tinieblas


Leo en un suplemento cultural un artículo sobre el papel de fumar y su función de mensajería clandestina en algún país del mundo árabe para evitar la censura comunicativa del Gobierno. En otro momento del mismo día escucho lo que relataba Víctor Hugo en Los Miserables, acerca de su protagonista, un hombre del siglo XIX llamado Jean Valjean, condenado a 19 años de cárcel por robar un pedazo de pan.
Imaginaba al escuchar esta última historia que para poder crear hoy una historia de argumento similar habría que inventarse un lugar ficticio donde semejante arbitrariedad pudiera ser creíble. No obstante, volví a pensar en esos países donde hace falta cifrar consignas en papel de fumar, o donde confesar una creencia religiosa distinta a la del Estado te puede llevar a la horca. No. Aún hoy existen lugares donde la historia de Valjean puede ser verosímil, donde la arbitrariedad del poder burla cualquier idea de justicia, equidad y sentido común.
Pensaba estas cosas cuando cayó en mis manos un artículo de un famoso periodista que realizaba la ya clásica demanda de un avance hacia el pasado, una paradoja del progresismo, que añora tiempos de libertad como los mencionados del siglo XIX, y que reivindica de modo melancólico la autenticidad del buen salvaje, de lugares no civilizados, de culturas no capitalistas… como las del papel de fumar. Sí, una idea de progresar un poco extraña. Hacia los episodios y lugares más oscuros de la humanidad. ¿Malditismo? ¿Inconformismo? Llámenlo como deseen, que yo deseo denominarlo contradicción.
La contradicción de ser progresista que anda por su casa, es decir, que añora una civilización donde el pueblo fuma a sus anchas y evade clandestinamente los tentáculos del poder gubernamental, sin moverse de la silla del bar donde degusta un café, tal vez con las piernas cruzadas y libre de humos. Es fácil añorar lo que no se ha vivido, la tragedia cuando no es la propia carne la que la vive. Un progreso hacia la oscuridad, hacia el corazón de las tinieblas –como ya hizo un tal Conrad, hasta conocer el mismo asco-, es injusto, y su defensa inocula en la opinión pública la perjudicial creencia de que la civilización es arbitraria , en su sentido negativo. y que hay que proteger, como si fuera el patrimonio mediombiental o algo así, las expresiones culturales más oscuras de la humanidad, donde en realidad el día a día no es la aventura soñada desde un bar libre de humos, sino un infierno que hay que combatir, donde el ciudadano desea someterse a la ley de la civilización que los desagradecidos odian a la vez que se amamantan de ella, no siempre de modo legítimo, por cierto.

1 comment:

Alberto Tarifa Valentín-Gamazo said...

Excelente artículo, Fernando, muy bueno, me encanta cómo desenmascaras a estos -como los llama un escritor- "turistas del ideal".