
Platón pensó que el conocimiento de la verdad implicaba la bondad. Quien está en la verdad actuará el bien. Sin embargo, el estudio de la historia nos sirve para conocer tantas barbaridades realizadas por hombres muy doctos, sin ir más lejos esos oficiales nazis, capaces de conocer las profundidades de la música y de la filosofía de su época, y realizar las atrocidades conocidas por todos, o de ese pueblo alemán, culto y moderno, que elige democráticamente a un loco como líder de su ejecutivo.
Nuestro Ministerio de sanidad se alarma por el elevado número de personas que consumen cocaína en España y emprenden una campaña publicitaria que por el método del impacto, informe sobre los efectos nocivos de esta sustancia. Con estos anuncios impactantes pretenden informar para formar, es decir, proporcionar unos contenidos al intelecto para que la voluntad actúe según esa sabiduría adquirida.
Si de verdad pensamos que conocer una realidad con objetividad nos llevará a actuar con bondad, es que todavía no conocemos al ser humano. Quizá porque no se estudie historia, ni humanidades -esas asignaturas absurdas-, ni se lean buenas novelas.
Contra toda experiencia pretendemos formar una sociedad de “sabios”, sin educar la voluntad, la cual funciona por hábitos, es decir, por repetición de actos. Es posible que nuestros sistemas educativos pongan toda su confianza en mostrar a la juventud y a sus ciudadanos los valores por medios informativos, pero ¿se educa a la vez la voluntad para que se actúe conforme a eso que se conoce? Es injusto crear esa esquizofrenia a los jóvenes, a los que se les bombardea con información tan contradictoria con los actos que su voluntad-no-educada les permite hacer. Se les hace pensar de una manera, pero no se le ofrecen herramientas para actuar con coherencia.
Nuestros sistemas educativos –sin entrar a la cuestión de su eficacia en la enseñanza- parecen tener un fruto cada vez más evidente: no el de actuar como se piensa, sino pensar como se actúa, mecanismo inconsciente que se activa para no terminar esquizofrénico. De modo que encontramos a adolescentes que de modo irracional justifican el consumo de sustancias, a pesar de las evidencias científicas y de la información impactante que existen en la actualidad.
Nuestro Ministerio de sanidad se alarma por el elevado número de personas que consumen cocaína en España y emprenden una campaña publicitaria que por el método del impacto, informe sobre los efectos nocivos de esta sustancia. Con estos anuncios impactantes pretenden informar para formar, es decir, proporcionar unos contenidos al intelecto para que la voluntad actúe según esa sabiduría adquirida.
Si de verdad pensamos que conocer una realidad con objetividad nos llevará a actuar con bondad, es que todavía no conocemos al ser humano. Quizá porque no se estudie historia, ni humanidades -esas asignaturas absurdas-, ni se lean buenas novelas.
Contra toda experiencia pretendemos formar una sociedad de “sabios”, sin educar la voluntad, la cual funciona por hábitos, es decir, por repetición de actos. Es posible que nuestros sistemas educativos pongan toda su confianza en mostrar a la juventud y a sus ciudadanos los valores por medios informativos, pero ¿se educa a la vez la voluntad para que se actúe conforme a eso que se conoce? Es injusto crear esa esquizofrenia a los jóvenes, a los que se les bombardea con información tan contradictoria con los actos que su voluntad-no-educada les permite hacer. Se les hace pensar de una manera, pero no se le ofrecen herramientas para actuar con coherencia.
Nuestros sistemas educativos –sin entrar a la cuestión de su eficacia en la enseñanza- parecen tener un fruto cada vez más evidente: no el de actuar como se piensa, sino pensar como se actúa, mecanismo inconsciente que se activa para no terminar esquizofrénico. De modo que encontramos a adolescentes que de modo irracional justifican el consumo de sustancias, a pesar de las evidencias científicas y de la información impactante que existen en la actualidad.
1 comment:
Muy bien razonado, felicidades por el artículo, ahí está el secreto de tanto desvarío; pero no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Post a Comment