Wednesday, February 13, 2008

El legado de la tradición


A lo largo de la historia el ser humano ha ido aprendiendo y descubriendo qué conductas son adecuadas para adaptar el entorno a sus necesidades y para no equivocarse al hacer uso de su libertad. Para ello ha hecho la selección de aquellas conductas que ha comprobado que son beneficiosas y ha descartado aquellas otras cuya experiencia habría sido negativa, alimentando así un legado común que se ha transmitido de generación en generación, de padres a hijos, familiarmente, al que denominamos cultura.

La cultura, originariamente transmitida de modo oral debido al reducido número de individuos que conformaban las primitivas comunidades humanas, así como por sus escasos contenidos, fue paulatinamente conservándose en documentos escritos a causa del crecimiento de conocimientos –tantos, que peligraba su conservación en la simple memoria- y del aumento de la población. Así comenzó la Historia.

Referida a cualquier aspecto relacionado con el modo de desarrollar la vida humana (gastronomía, agricultura, ganadería, industria, etc.), la cultura alcanza su más profunda sabiduría, no en el aspecto técnico, sino en aquello que el hombre aprecia por encima de cualquier otra cosa: la consecución de la felicidad. El camino del hombre hacia la felicidad no es nada fácil, bastaría observar la cantidad de gente que no ha logrado ser feliz. En parte este camino no es fácil, porque se encuentra lleno de bifurcaciones a causa de esa característica del ser humano que es la libertad.

La cultura ha acumulado y transmitido unas reglas morales, antes asentidas como de sentido común, por ser común –universal- su reconocimiento, reglas que orientan la elección de la libertad. Muchos hombres y mujeres han comprometido su vida –a veces hasta la muerte- por descubrirlas y conservarlas en beneficio de las generaciones futuras.

Ninguna función debería ser más importante en una sociedad que la de conservar, aprender a interpretar y transmitir su legado cultural –la tradición- que dejaron sus antepasados más o menos directos. Precisamente se ha de cuidar mucho, pues gracias a este acopio de saberes prácticos y teóricos, la sociedad encuentra un peldaño desde el que tomar impulso para seguir creciendo y conoce, sin tener que probarla, cuál es la piedra en la que puede tropezar y cuáles son los daños que produce esa caída.

¿Dónde está la cultura de nuestra sociedad de hoy? ¿Dónde se conserva? Sin duda en las familias, donde se transmite de modo espontáneo y duradero, con la fuerza del prestigio moral, los conocimientos fundamentales para la supervivencia y los criterios para no ser desdichados en nuestras elecciones. Y en los libros, donde se escribe todo aquello relacionado con lo que otros ya han vivido (Historia), ya han pensado (Filosofía), o ya han sentido (Arte, Literatura...). Evidentemente, reconocer lo que otros nos enseñan exige un cierto grado de confianza y de humildad. Sin embargo, cuando el legado ha sido donado por gente de fiar, hasta el punto de haber dado su vida por conservarlo (tantos padres y madres de familia, militares, investigadores, mártires y santos, etc.) rechazar su doctrina de plano o intentar comenzar de nuevo no tienen más explicación que la soberbia y un criticismo furibundo disfrazado de un falso espíritu crítico.

El que desdeña la tradición, desconfía. El que desdeña la tradición cae en la trampa de querer probar esa piedra en la que otros ya han caído.

En estos tiempos, parece que ser progresista es sinónimo de rechazar la tradición y luchar por su destrucción. La doctrina de siempre es etiquetada como moral de otros tiempos, y los clásicos son condenados al rincón de la erudición y el elitismo. Parece que la educación quiere prescindir de las humanidades, y la Filosofía y la Literatura son desplazadas por los conocimientos de índole técnica e instrumental, relacionado con el pensamiento lógico matemático. Un Gobierno que dirija al país por este camino lleva a la sociedad –bajo la bandera del progreso, curiosa paradoja- hacia su “deseducación” en el terreno del la moral y costumbres, es decir, en el aprendizaje de la buena elección el hombre volvería al origen de los tiempos, a una época donde todo conocimiento heredado habría sido olvidado, ocultado o destruido. No obstante, en esta nueva Edad de Piedra moral, el hombre contaría con los medios más ricos que la técnica humana haya jamás conocido, un instrumento esta nueva ciencia, que en manos de un ser como el nuevo hombre que se pretende, podría irremediablemente volverse contra su propio autor.

Me pregunto, pues, si no será este el momento de releer esos libros como Un mundo feliz de Huxley o el Fahrenheit 451 de Bradbury. Quizá estos libros conserven una enseñanza que aún nos podría ser de provecho en estos tiempos modernos.

1 comment:

Anonymous said...

luchemos por nuestras tradiciones, antes de que ZP nos barra