
Alguien me ha enviado un correo en el que se hace referencia a una web llamada Hazteoir, donde se denuncia, entre otras cosas, que un programa de La Sexta, bajo el slogan “Salvados por la Iglesia”, ha realizado un trabajo de crítica satírico-burlesca acerca de esta institución milenaria, algo que no deja de ser un lugar común muy recurrente para este tipo de programas. Concretamente pedían a ciertas empresas muy conocidas que retiren su patrocinio a este fanzine, por resultar ofensivo para muchos ciudadanos y clientes suyos habituales.
Pienso yo que cada cual es muy libre de patrocinar lo que quiera, ahora bien, entiendo que hay patrocinios que van más allá de la mera publicidad, en tanto que promocionan modos de pensar y modos de juzgar, es decir, que forman una toma de posición respecto a determinados aspectos de la realidad. En este caso, bajo el pretexto de la libertad de expresión y del sentido lúdico de la vida, se realiza una jocosa y mordaz crítica difamatoria (es decir, que retira la buena fama a la que todo el mundo tiene derecho, incluso un criminal con la presunción de inocencia) a la Iglesia y a los católicos.
La difamación y la calumnia, envueltos en un ropaje de broma que parece justificarlo todo, están inundando las programaciones televisivas y los debates radiofónicos. El respeto se pierde cuando se pierde la buena fama, y sin respeto no hay educación posible, ni relaciones sociales humanas. Esto está pasando no sólo con la Iglesia, sino con políticos, empresas, instituciones, deportistas, etc.
Sepan, pues, en qué invierten su dinero estas empresas: en fomentar la distancia, la falta de respeto, la división y la chabacanería del saltinbanqui de turno, auténtica autoridad moral para una sociedad que ha perdido la razón y la experiencia y que cree a pies juntillas todo lo que dice un personaje artificial, que no tienen más criterio que el de reírse de todo, tenga o no motivos para ello. Eso sí, que se revise qué labor social realiza ese personaje circense, sino la de destruir lo que otros hacen.
Curiosa sociedad la que ataca, insulta y se ríe de quienes desinteresadamente empeñan su vida a ayudar a los demás. Podrá uno estar de acuerdo o no con lo que predica la Iglesia, pero nadie puede ser tan valiente que no se rinda ni ante la evidencia: las miles de personas que realizan un servicio a la sociedad española y de todo el mundo, al servicio de los demás, que creo que es digna de todo respeto. “Si no me creéis a mí, creed a mis obras”, dijo Jesucristo.
Para no tener que creer las obras, la modernidad desprestigió el valor de lo conocido por los sentidos, la experiencia. Así sólo es de fiar lo que conocemos por la razón. Y ahora sólo lo que conocemos por la razón satírica. Pienso que es este un camino demasiado costoso para encontrar la verdad, por el riesgo de creer a quien no da muestras de confianza sino de todo lo contrario y por la manera de destruir de un plumazo, como si nada, frívola y superficialmente una cultura milenaria que muchos hombres sabios y santos han defendido.
Pienso yo que cada cual es muy libre de patrocinar lo que quiera, ahora bien, entiendo que hay patrocinios que van más allá de la mera publicidad, en tanto que promocionan modos de pensar y modos de juzgar, es decir, que forman una toma de posición respecto a determinados aspectos de la realidad. En este caso, bajo el pretexto de la libertad de expresión y del sentido lúdico de la vida, se realiza una jocosa y mordaz crítica difamatoria (es decir, que retira la buena fama a la que todo el mundo tiene derecho, incluso un criminal con la presunción de inocencia) a la Iglesia y a los católicos.
La difamación y la calumnia, envueltos en un ropaje de broma que parece justificarlo todo, están inundando las programaciones televisivas y los debates radiofónicos. El respeto se pierde cuando se pierde la buena fama, y sin respeto no hay educación posible, ni relaciones sociales humanas. Esto está pasando no sólo con la Iglesia, sino con políticos, empresas, instituciones, deportistas, etc.
Sepan, pues, en qué invierten su dinero estas empresas: en fomentar la distancia, la falta de respeto, la división y la chabacanería del saltinbanqui de turno, auténtica autoridad moral para una sociedad que ha perdido la razón y la experiencia y que cree a pies juntillas todo lo que dice un personaje artificial, que no tienen más criterio que el de reírse de todo, tenga o no motivos para ello. Eso sí, que se revise qué labor social realiza ese personaje circense, sino la de destruir lo que otros hacen.
Curiosa sociedad la que ataca, insulta y se ríe de quienes desinteresadamente empeñan su vida a ayudar a los demás. Podrá uno estar de acuerdo o no con lo que predica la Iglesia, pero nadie puede ser tan valiente que no se rinda ni ante la evidencia: las miles de personas que realizan un servicio a la sociedad española y de todo el mundo, al servicio de los demás, que creo que es digna de todo respeto. “Si no me creéis a mí, creed a mis obras”, dijo Jesucristo.
Para no tener que creer las obras, la modernidad desprestigió el valor de lo conocido por los sentidos, la experiencia. Así sólo es de fiar lo que conocemos por la razón. Y ahora sólo lo que conocemos por la razón satírica. Pienso que es este un camino demasiado costoso para encontrar la verdad, por el riesgo de creer a quien no da muestras de confianza sino de todo lo contrario y por la manera de destruir de un plumazo, como si nada, frívola y superficialmente una cultura milenaria que muchos hombres sabios y santos han defendido.
1 comment:
La ofensiva anticristiana gusta de presentarse en estos tiempos así, disfrazada de payaso sin gracia, sin arte ni decoro. Antiguamente, los cristianos íbamos de cabeza al circo de los leones; ahora, en otro circo, se nos lanza en contra a los humoristas frustrados, a los bufones desgraciados y a los proyectos fallidos de peridiodista. El cambio, dirán algunos, no está mal. No se llega al martirio -en estos tiempos hasta los verdugos son tibios, y no dan para tanto-, pero es otra modalidad del tormento y la mortificación:
-Ser el ludibrio de la chusma.
-Sufrir por ver que lo más excelente es ridiculizado con el avieso propósito, como bien dices tú, de desprestigiarlo para obturar los canales del Bien.
Sabiendo que no lo conseguirán, teniendo la firme certeza de que el Bien se derramará por exceso de ser, no por ello dejemos de:
Hacernos oír.
Ejerzamos, pues, nuestro derecho de consumistas a no consumir productos de empresas que permiten que sus departamentos de publicidad financien este tipo de basura televisiva.
Un saludo
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