Sunday, January 25, 2009

El hombre transformado


Cientos de miles de personas congregadas con la ilusión de un niño en torno a un líder. Lo hemos podido ver todos en cualquier televisión, en la internet, en la radio… El fenómeno Obama no deja indiferente y levanta pasiones –no todas ellas agradables- dentro y fuera de Estados Unidos.

Me causa envidia –y creo que no soy el único que dice esto- descubrir ciudadanos que vibran con su país, que se sienten unidos a su Presidente y a su bandera. No conozco mucho a los estadounidenses, ni soy un experto en su cultura, pero sospecho que este efecto de unidad procede de una creencia temporal o permanente en sus ideales, en los valores comunes de su nación, que ahora ven de nuevo posibles con la prometedora figura del primer Presidente negro: la igualdad, las posibilidades para todos, la convivencia…

No sé cómo terminará la cosa. Estoy tentado a decir que el efecto Obama, quizá divulgado desde el entusiasmo de los medios de comunicación, que omiten el dato de un amplio sector de la población norteamericana que no lo votó a él, sino a McCain, bien podrá ir decayendo en cuanto el voraz apetito de la sociedad hipercrítica del bienestar se dirija hacia los errores que Obama –como cualquier otro Presidente- contará en su haber en cuanto deje de hablar y empiece a actuar. De momento, deseo que no decaiga y que, entre otras cosas, el cambio comience por la actitud ante la eugenesia abortista, la gran esclavitud de nuestro tiempo que hay que abolir, según la Iglesia de Estados Unidos. Realmente es de los pocos cambios importantes que Obama podría procurar, ya que es la principal causa de muerte en nuestra civilización y es, ciertamente, una mancha oscura en el horizonte del porvenir del hombre occidental, que parece empeñado en su autodestrucción.

Más vale creer en el cambio que no creer. El escepticismo es una desventaja para cualquiera. Pero yo creo en un cambio distinto, un cambio ya proclamado por otro líder, Juan Pablo II, un cambio que no queda en manos de la intervención del Gobierno, sino de la persona individual, que es la responsable de su vida. La felicidad depende de nuestra actitud ante la vida y no de factores externos. Pienso que estamos demasiado acostumbrados a que nos saquen las castañas del fuego. Decía este Papa en el Bernabeu, en el no tan lejano 1982: “Sólo el hombre transformado transformará la sociedad”. Y así transformó la sociedad soviética, la situación eclesial postconciliar, la juventud católica, las relaciones ecuménicas con otras confesiones… a base de santidad personal.

Sí, se puede, pero a ver que haces tú.


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