Ya que se ha abierto un debate en los medios de comunicación acerca de la conveniencia de indicar en la Constitución europea sus raíces cristianas, aprovecho para dar mi opinión.
La nueva Europa reniega de sus fundamentos religiosos y culturales, sin darse cuenta de que no son éstos, sino su giro laico individualista el que ha dado lugar al estado de malestar generalizado en el que se encuentra. Ahora, junto a Estados Unidos, Europa es el núcleo del mundo industrial y capitalista, explotador de la persona y exaltadora del individuo, sujeto autónomo, que construye su vida alrededor de un materialismo y un egocentrismo atroz, la que ha generado esta frustración.
Por tanto, no es la misma realidad social, ni el referente moral que fue en su día. Es más, ya no sabe ni los contenidos de esa religión que le ha dado su modo de ser, y a la que tanto persigue.
Europa ya no es una unidad, porque no hay un espíritu ni un ánimo de lucha por lograr un objetivo común. No existen esos objetivos comunes, sino un grandísimo mosaico de objetivos individuales. Los intentos unionistas y de formalizar una Constitución van encaminados, al menos en su origen lo iban, a concretar unos valores de respeto y de defensa de la dignidad humana, que aunque puedan estar rebozados en una capa de laicismo, están tomados del cristianismo, que es quien introduce los conceptos de caridad, piedad y de la dignidad personal de todo hombre, sin distinciones raciales ni culturales. Esto se haría como reacción a una posible descomposición social que ya estamos viviendo.
Por tanto, querer redactar un texto constitucional que obvíe estos orígenes y esos valores, resulta una contradicción respecto a la finalidad inicial que tienen, pero muy acorde con el actual estado de decadencia cultural. En tiempos de la descomposición del Imperio Romano, sus instituciones seguían funcionando, pero ya estaba herido de muerte por su cultura confusa y vacía y por la ascensión de los pueblos bárbaros, cada vez más presentes dentro de sus fronteras.
La verdad, dentro de veinte años no me gustaría vivir en la España dirigida por los palurdos que se forman en nuestros laicos sistemas educativos, y por una concepción seguramente islamizada o sincretista de la vida. La religión cristiana aún tiene y tendrá que decir mucho sobre el sentido de la vida, y sobre la construcción de culturas, aunque, no lo dudo, no será en Europa, sino en otros continentes, como África o Suramérica, que serán los pueblos que en un futuro no muy lejano hayan de venir a evangelizar a una Europa sedienta de sentido.
La nueva Europa reniega de sus fundamentos religiosos y culturales, sin darse cuenta de que no son éstos, sino su giro laico individualista el que ha dado lugar al estado de malestar generalizado en el que se encuentra. Ahora, junto a Estados Unidos, Europa es el núcleo del mundo industrial y capitalista, explotador de la persona y exaltadora del individuo, sujeto autónomo, que construye su vida alrededor de un materialismo y un egocentrismo atroz, la que ha generado esta frustración.
Por tanto, no es la misma realidad social, ni el referente moral que fue en su día. Es más, ya no sabe ni los contenidos de esa religión que le ha dado su modo de ser, y a la que tanto persigue.
Europa ya no es una unidad, porque no hay un espíritu ni un ánimo de lucha por lograr un objetivo común. No existen esos objetivos comunes, sino un grandísimo mosaico de objetivos individuales. Los intentos unionistas y de formalizar una Constitución van encaminados, al menos en su origen lo iban, a concretar unos valores de respeto y de defensa de la dignidad humana, que aunque puedan estar rebozados en una capa de laicismo, están tomados del cristianismo, que es quien introduce los conceptos de caridad, piedad y de la dignidad personal de todo hombre, sin distinciones raciales ni culturales. Esto se haría como reacción a una posible descomposición social que ya estamos viviendo.
Por tanto, querer redactar un texto constitucional que obvíe estos orígenes y esos valores, resulta una contradicción respecto a la finalidad inicial que tienen, pero muy acorde con el actual estado de decadencia cultural. En tiempos de la descomposición del Imperio Romano, sus instituciones seguían funcionando, pero ya estaba herido de muerte por su cultura confusa y vacía y por la ascensión de los pueblos bárbaros, cada vez más presentes dentro de sus fronteras.
La verdad, dentro de veinte años no me gustaría vivir en la España dirigida por los palurdos que se forman en nuestros laicos sistemas educativos, y por una concepción seguramente islamizada o sincretista de la vida. La religión cristiana aún tiene y tendrá que decir mucho sobre el sentido de la vida, y sobre la construcción de culturas, aunque, no lo dudo, no será en Europa, sino en otros continentes, como África o Suramérica, que serán los pueblos que en un futuro no muy lejano hayan de venir a evangelizar a una Europa sedienta de sentido.
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