Tuesday, December 14, 2004

Exigir para educar

Quería aprovechar lo que me contó un amigo para romper una lanza a favor de los adolescentes, que pasan por esa edad tan temida por padres, vecinos y autoridades. En ocasiones se les critica por ser gamberros, maleantes, poco educados… pero quizá la culpa no sea suya sino de los adultos que se resisten a arremangarse y enfrentarse cara a cara con su terrible carácter.
Este amigo me cuenta que ha pasado el fin de semana con cinco chicos de quince años, de los que le gusta el follón, la juerga, gritar, provocar, decir alguna que otra barbaridad, los piercing, ir sin camiseta… vamos, que ninguno era seminarista, ni prototipo de scout modosito y honrado de los que tienen en su haber una buena obra cívica cada día. Pues se fue él sólo, y a Alsodux, un locus amoenus de la alpujarra almeriense, en el que apenas hay gente, ruido o algo que suene al bullicio del habitat común de este grupo social. En principio una auténtica autoinmolación: ¿Qué hacer con semejantes especímenes humanos en un lugar como ése, sin niñas, sin discoteca, sin televisión, sin play station, sin alcohol, ni porros y sin más compañía que la veintena de ancianos que moran en el pueblo, una aldea que se resiste al invasor? Pensaba que lo mejor sería tener una soga preparada para ahorcase lo más pronto posible.
Contradictoriamente a lo que pueda parecer, mi amigo organizó esa salida sin pretensiones económicas: cobró la gasolina del vehículo y unas pizzas congeladas que compraron en un Covirán. Para más irracionalidad, a mi amigo no le gusta especialmente tratar con esos niños, ni disfruta con sus ocurrencias; por el modo de contarme su expedición –una de tantas otras que organiza desde una asociación juvenil- le supone un considerable esfuerzo tratar con esas edades. Sin embargo, sí piensa que esos chicos son personas y que, a pesar de tener acceso a todo el mercado de pijolandia y de niñatería que le ofrecen en tiendas, centros comerciales y en las modas televisivas, aún les queda una base humana desde la que se puede construir en la virtud y en el desarrollo de la personalidad.
El plan no tenía más atractivo que el de pasar un par de días fuera de casa, con los amigos, “durmiendo” en tienda de campaña en un pequeño pinar; disparar perdigonazos a una latas vacías, hacer rappel y caminar un poco por el monte. Todos los chicos aseguraron que se lo habían pasado como nunca. La excursión había tenido más ingredientes, de modo que nunca estaban los chicos desocupados: estudio, cocinar para los almuerzos y cenas, asistir a misa el domingo, en la encantadora iglesita del pueblo, hacer algún juego de mesa, una fortuita partida de cartas, una visita cultural a los Millares (necrópolis de una civilización de hace 4700 años), pero tampoco es que esto sean cosas por las que los adolescentes se peguen guantazos. Aún así, se lo han pasado muy bien, dicen.
Indagando en la conversación con mi amigo le saqué que en todo momento tenía que estar exigiéndoles, a veces se tenía que enfadar y ponerse serio para que limpiaran, mantuvieran la casa en orden, la ropa en su sitio, para que fregasen los platos usados, o recogieran los restos de cada comida… los jóvenes asistentes estaban en todo momento acompañados por mi amigo, que les corregía porque hablaban mal, les regañaba por decir tacos, por tumbarse en el sofá, por no cederse el mejor sitio en el coche, les impelía a cambiarse de ropa y a pasar por la ducha cada mañana. En fin, mi amigo tampoco es que sea un héroe a los ojos de los niños, al contrario para ellos es un monitor nuevo, pues los conoce desde hace sólo un mes, el tiempo que lleva en Almería, y es bastante torpón, además de tener un carácter bastante irritable.
Se podría pensar que esto tiene truco, que seguro que mi amigo les habla continuamente de cosas de las que ellos hablan todos los días en sus zafias pandillas, y que les agasaja concendiéndoles caprichos para que no se les rebelen, y aguanten así el tirón de exigencias ya contadas. Lo de los caprichos ya ha quedado claro que no. Mi amigo siempre dice que no tiene vocación de niñera, ni de boy scout, al contrario, si él organiza estos días de convivencia para adolescentes es por la calidad educativa que ésta tiene. Según afirmaba, le llamó la atención que no estaban continuamente hablando de tías, ni siquiera por las noches, sino que preferían contarse historias y explorar los alrededores del pinar con cierto morbo, o jugar una interminable partida de Risk de cuatro horas.
Uno de los asistentes manifestó cierta contrariedad por haber pasado el fin de semana y no haber descansado. Se refería a que en los fines de semana siempre se dedicaba a no hacer nada, a pulular por casa o por las calles de movida con algunos compañeros, si  es que no se dedicaba a dejar pasar horas y horas viendo televisión y durmiendo la siesta (costumbre hispana de la que tampoco participaron en esta salida): En definitiva, a aburrirse, como reconocieron los otros asistentes. Dice que lo pasó muy bien, tal vez especialmente bien, reconoció, a pesar de tener ya muy metido lo de no poder empezar el cole el lunes sin haber estado mano sobre mano al menos un par de días.
Quizá sin darse cuenta había aprendido, entre otras cosas, algo muy importante: descubrir a los demás. Si estaba tan contento, a pesar de estar cansado, es porque ha sido capaz de escuchar a otras personas: a sus compañeros, al monitor, a los ancianos del pueblo… había sido capaz de aguantarse las ganas de ir a lo suyo para que los demás lo pasaran bien, para ir todos a una… En definitiva había aprendido a convivir, no a coexistir.
De todo esto concluyo que merece la pena exigir a un joven adolescente, de ayudarle a que se prive de hacer lo que le brote. Vale la pena dedicarles tiempo, hablarles y escucharles, hacerles razonar… Son muy receptivos cuando se les da un voto de confianza y se les trata con la dureza del que sabe que pueden dar, y deben dar, lo que se les pide, porque son capaces de ser responsables y, en el fondo, agradecen que se les ayude a serlo. Quizá si los adolescentes de los que tanto nos quejamos son como son, es porque nosotros tenemos miedo a meternos en su vida.
Y lo que más me ha impresionado de todo es que todo esto es verdad, mi amigo existe y también esos chicos y Alsodux y los viejetes con los que hablaron.

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