Tal vez sea un poco tarde para felicitar la Navidad, pero también es verdad que ésta no termina hasta el día del Bautismo del Señor. ¿Qué Señor? Jesús, ¿Quién va a ser?
Aunque ya no haya vacaciones y comiencen las rebajas, aunque ya no venga Papá Noel ni los Reyes Magos, aunque ya no haya grandes comilonas ni luminosos por las calles, aunque no pongan peliculones por la tele ni especiales encantadores para niños; aunque no haya más que un despertador que suena temprano y una jornada de ocho o más horas por delante, no quería dejar de felicitarle la Navidad.
Deseo que sea feliz, pero no quiero para usted esa felicidad de bote, que se gasta cuando se acaba la última gamba, o cuando el pequeñín de la familia llora embarracado porque los Reyes no le han traído más que cinco o seis regalos. Esa felicidad es como el mazapán, un segundo en el paladar… y unos cuantos meses arrepentido. No quiero esa felicidad para usted. No quiero la sonrisa de plástico obligada, ni la retórica cursi y vacía de una postal del Ayuntamiento. Le deseo la felicidad que brota del dolor y del pasar oculto, de la humillación y de la generosidad extrema, de la entrega de sí mismo a los demás… así encontró Él la felicidad perfecta: divinas virtudes, pues. Que día a día sepa ser feliz en esos pequeños mil detalles de superación personal y de forzado cumplimiento que traen consigo el trabajo, la familia… fijándose que está usted, como Dios en el pesebre, sufriendo por los demás, ¡como un Dios!
¡Muchas felicidades!
Aunque ya no haya vacaciones y comiencen las rebajas, aunque ya no venga Papá Noel ni los Reyes Magos, aunque ya no haya grandes comilonas ni luminosos por las calles, aunque no pongan peliculones por la tele ni especiales encantadores para niños; aunque no haya más que un despertador que suena temprano y una jornada de ocho o más horas por delante, no quería dejar de felicitarle la Navidad.
Deseo que sea feliz, pero no quiero para usted esa felicidad de bote, que se gasta cuando se acaba la última gamba, o cuando el pequeñín de la familia llora embarracado porque los Reyes no le han traído más que cinco o seis regalos. Esa felicidad es como el mazapán, un segundo en el paladar… y unos cuantos meses arrepentido. No quiero esa felicidad para usted. No quiero la sonrisa de plástico obligada, ni la retórica cursi y vacía de una postal del Ayuntamiento. Le deseo la felicidad que brota del dolor y del pasar oculto, de la humillación y de la generosidad extrema, de la entrega de sí mismo a los demás… así encontró Él la felicidad perfecta: divinas virtudes, pues. Que día a día sepa ser feliz en esos pequeños mil detalles de superación personal y de forzado cumplimiento que traen consigo el trabajo, la familia… fijándose que está usted, como Dios en el pesebre, sufriendo por los demás, ¡como un Dios!
¡Muchas felicidades!
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