Sunday, April 03, 2005

Esa pedagogía...

Permítame hacer una reflexión acerca de una medida pedagógica que antaño estaba a la orden del día, parecía de mucho sentido común y, por supuesto, eficaz. La tal medida –ahora impensable por intolerante y “conservadora”- solía administrarse en aquellos casos en que un niño se muta en bestia histérica, comenzando un sinfín de alaridos de queja porque no se le presta la atención que estima oportuna, es decir, toda, excluyendo impedimentos contrarios a su voluntad, por otro lado desconocidos en su inexistente apenas sistema de coordenadas, en el que sólo existe él mismo.
En aquel tiempo, era medida eficaz o bien suministrar una terapia de shock, como buen bofetón que calmase su temperamento, ya que no por convicción, sí, al menos, por la ley universal en el reino animal del estímulo-respuesta (recordemos que el niño ya pasó de persona a bestia histérica); o bien, ignorándolo, como si no estuviera. Quién no se acuerda de ese adagio: “déjalo, a ver si revienta”, o de aquella ingeniosa máxima: “que llore, así menos…”. En cualquier caso la clave de ambos métodos era el palabro pedagogía. La pedagogía supone enseñar algo, haciendo que el receptor adquiera un bien para su desarrollo personal. Al menos antes aún se consideraba que los niños eran personas. ¡Ah, aquellos días en los que podíamos ver personas andando por las calles!
Quiero aprovechar para contar a los niños, que cuando todavía eran personas, había gente preocupada porque en el día de mañana (hoy) no fueran unos descreídos, caprichosos y blandengues. Creedme, niños -os lo cuento como un secreto al oído-, en esa lejana oscuridad de los tiempos, los adultos confiaban en que pasar un poco de necesidad era conveniente para formar gente recia; también la exigencia en lo que cuesta, y saber aceptar que a veces la vida nos pone pruebas muy duras, se consideraba bueno para no ser cobarde y afrontar los problemas cara a cara y sin miedo, o aún con él, buscando soluciones con paz y con paciencia. Y ahora viene lo más difícil de creer -creedlo, aunque sea por no entristecerme- los niños que recibían pedagogía de sus mayores -¡qué extraño palabro!- eran después dichosos en la vida.
Gracias a Dios -¡menudo palabro acabo de volver a soltar! ¡taparos las orejas niños!-, dirán los mediocres, ya no hay muchas personas sueltas. Ahora los adultos no pueden ser pedagogos porque no tienen nada que enseñar: se pasan el día lloriqueando porque hay que trabajar, porque la gente muere, porque me se van los leuros, porque no me pagan por estar enamorado, porque no soy el centro del mundo, en definitiva, porque el mundo no es la balsa de algodones que le hicieron creer sus licenciosos padres.
¿Por qué misteriosos designios de los manes, aquellos que han logrado forjarse un digno presente, tras años de trabajo, sufrimiento y malos tragos, se empeñan en privar a sus criaturas de esas dificultades en las que probaron la virtud que les ha llevado a ser lo que son hoy?
En fin, menos mal, que al menos nos gobiernan esos niños-bestia en su estado de plenitud de bestialidad sin corregir (sí, sí, los ahora también llamado adultos), que sólo atienden a lo que han mamado de pequeños: el griterío histérico e irracional, que brota de los ímpetus egoístas e interesados de los más primarios instintos. Por eso no se preocupe si a usted no le han enseñado de pequeño a respetar los derechos ajenos, o a cumplir sus obligaciones sociales. No se preocupe si no le enseñaron siquiera unas nociones básicas de lo que es la justicia y el respeto a los demás. Es más, no se preocupe si nunca le han enseñado el significado del cada vez más vacuo verbo ser… ¡usted puede conseguir incluso un ministerio!
Basta que se le antoje algún capricho, comodidad, o simplemente conseguir menos dinero con menos trabajo -o con ningún trabajo-, y que logre el apoyo de algún caprichosito más como usted –con perdón por el usted-, salga a la calle y póngase a dar gritos con pancartas. Si el alboroto lo acompaña de gestos obscenos, y encima consigue el apoyo de algún medio de comunicación, su capricho será cumplido. Lo mismo da que perjudique una a una institución o a ochenta, que se violen unos derechos o el sentido común, nadie atiende ya a esas esencialidades que no hacen ruido. A un gobierno como el español, ya sólo le interesa la paz del que consigue sofocar la barraquera del niño, consintiendo su antojo. Qué honradez política y qué talante la de aquel que consiente y mima a su pueblo para que aumente su mediocridad de voluntad.
Lo lamento, así somos. Nadie nos ha educado… Pero me pregunto ¿a qué tantas ansias de gobernar, si no se tiene un modelo de Estado? ¿Cuáles han sido los conocimientos profundos del ciudadano español incluidos en un programa electoral que han llevado, supuestamente, al PSOE a al Moncloa? No lo sé, pero les pido que no nos tomen más el pelo, y que no nos traten a los españoles como si todos fuésemos de su mismo modo de proceder, creo que mucho ha costado conseguir la España que tenemos hoy, como para que nos la destroce el gobierno irresponsable y alocado de un puñado de peleles alentados por minoritarios grupos de poder como el movimiento gay, el laicismo o los abortistas y eugenesistas. Que le den muchos derechos… ¿y sus obligaciones?

5 comments:

Anonymous said...

Debería ver Los chicos del coro, para que veía que bien va el estímulo respuesta.

las cosas claras said...

Debería ver la realidad para darse cuenta de que los chicos del coro no existen. Nadie canta como los ángeles en un par de semanas, por muy motivado que esté el profesor o el alumno.
Debería ver la formación musical y artística de aquellos oficiales alemanes que exterminaban a otras personas en los campos de concentración.
Prefiero la realidad a la ficción para opinar.

Anonymous said...

Verá la cuestión es que no siempre la acción reacción es válida.

Lo que quería transmitirle es que entre el blanco y el negro hay una gran variedad de matices.

Pero sólo es una opinión ¿por cierto ha tratado usted con muchos niños y niñas?¿con muchos adolescentes?¿ha estado en barrios conflictivos?

las cosas claras said...

Efectivamente, lleva usted razón. Hay que ver cada caso y las cosas en su justa medida. Estoy de acuerdo.
No me refiero a los niños de situaciones familiares o sociales conflictivas, me refiero a los hijos de la clase media y alta, que son las víctimas de la permisividad de los padres, en términos generales. Lógicamente a los niños como los que usted señala hay que tratarlos con mucha delicadeza y respeto, que ya han sido suficinetemente maltratados por la vida. Aunque a veces haya que ser también duro (lo cual no quiere decir falta de respeto, sino lo contrario).
Tampoco era mi intención que parezca que hay que educar a palos, pero sí dar a entender que hay determinadas actitudes que hay que cortar aunque no se entiendan,aunque haya que dar algún guantazo de vez en cuando como se ha hecho siempre (yo trabajo con adolescentes y he estado en catequesis y ayudando en parroquias y orferinatos de barrios difíciles, nunca he tocado a un niño).
De todos modos el artículo iba más enfocado a la actual situación de encaprichamiento que me parece (es opinable) percibir en la sociedad española, mayoritariamente de clase media, y la ausencia de políticas educativas.
Leyendo con la distancia del tiempo, es verdad que se puede entender mal este artículo, por lo que pido disculpas si alguien se ha podido molestar por los contenidos transmitidos torpemente.
Un saludo.

Anonymous said...

Estoy de acuerdo en que hay que poner límites, quizás no esté tan de acuerdo en el cómo, pero si es cierto que hay que hacer algo al respecto