
“Ni cogeré las flores,/ni temeré las fieras,/y pasaré los fuertes y fronteras”. (Cántico espiritual).
Quien dice esto es San Juan de la Cruz y la obsesión que le llevó a tan audaz búsqueda fue la unión con Dios y la ejecución de su amorosa voluntad (en este caso la reforma de la orden carmelita ya iniciada por Santa Teresa de Jesús).
Se podría pensar que tal pretensión no pasa de ser una machada, si no fuera porque la llegó a realizar. Más, viniendo de un hombre, español, y del siglo XVI, para mayor socarronería. Y más aún, siendo el lector de estos versos un individuo del siglo XXI, ya experimentado (por las teleseries y por la realidad que las imita) en cómo se las gastan las promesas de fidelidad procentes del género masculino.
Bien sabía San Juan que lo que escribía no era fruto de un ardor místico, ni de un arrebato pasional. San Juan vivió esta búsqueda cada uno de sus corrientes y fastidiosos días. Ya fuera huyendo de sus perseguidores, ya fuera en prisión, ya fuera escapándose de esta o lidiando con los monjes críticos de los conventos donde fue prior. Para cada día tenía su plan, tenía objetivos personales y concretos de mejora, asuntos prácticos en los que hacer vivir a los suyos la ortodoxia de la reforma... San Juan no fue santo a base de arrebatos, sino de lucha, de lucha cotidiana y fatigosa y de reflexión constante.
Tampoco es que hiciera esto porque no le gustase entretenerse con sus gustos. Si escribe que no cogerá las flores es porque sabe bien lo que cuesta no cogerlas. Y si dice que no temerá las fieras, bien consciente debía ser del miedo que produce encontrarse con una de ellas y del daño que pueden causar.
No, San Juan no era un marciano, pero tenía un ideal, algo por lo que arriesgar la vida, algo por lo que tener en nada las propias apetencias y los miedos, día tras día.
En nuestro agetreado siglo XXI ¿no estaremos echando de menos ideales, proyectos por los que arriesgar la vida y hacerla producir? ¿Acaso alguien dirá que en nuestra política, en nuestras instituciones, en nuestras escuelas y universidades, se puede plantear un ideal sin que lo llamen radical o extremista?
Así tenemos las calles llenas de mediocridad, con jóvenes ocupando una tarde de fiesta, en Baeza, por ejemplo, donde leí estos versos escritos en una moldura, discutiendo en el tranco de un portal, sobre quién liaba un porro -como el que se estaban fumando- más rápidamente.
Para recoger esas flores y pasarme la vida paralizado, escondido de las fieras que me separan de la felicidad, en el idilio de la droga; para eso, prefiero ser un radical, si es con esa palabra como ahora designan a esos a los que de siempre se les ha reservado el título de héroes.
Quien dice esto es San Juan de la Cruz y la obsesión que le llevó a tan audaz búsqueda fue la unión con Dios y la ejecución de su amorosa voluntad (en este caso la reforma de la orden carmelita ya iniciada por Santa Teresa de Jesús).
Se podría pensar que tal pretensión no pasa de ser una machada, si no fuera porque la llegó a realizar. Más, viniendo de un hombre, español, y del siglo XVI, para mayor socarronería. Y más aún, siendo el lector de estos versos un individuo del siglo XXI, ya experimentado (por las teleseries y por la realidad que las imita) en cómo se las gastan las promesas de fidelidad procentes del género masculino.
Bien sabía San Juan que lo que escribía no era fruto de un ardor místico, ni de un arrebato pasional. San Juan vivió esta búsqueda cada uno de sus corrientes y fastidiosos días. Ya fuera huyendo de sus perseguidores, ya fuera en prisión, ya fuera escapándose de esta o lidiando con los monjes críticos de los conventos donde fue prior. Para cada día tenía su plan, tenía objetivos personales y concretos de mejora, asuntos prácticos en los que hacer vivir a los suyos la ortodoxia de la reforma... San Juan no fue santo a base de arrebatos, sino de lucha, de lucha cotidiana y fatigosa y de reflexión constante.
Tampoco es que hiciera esto porque no le gustase entretenerse con sus gustos. Si escribe que no cogerá las flores es porque sabe bien lo que cuesta no cogerlas. Y si dice que no temerá las fieras, bien consciente debía ser del miedo que produce encontrarse con una de ellas y del daño que pueden causar.
No, San Juan no era un marciano, pero tenía un ideal, algo por lo que arriesgar la vida, algo por lo que tener en nada las propias apetencias y los miedos, día tras día.
En nuestro agetreado siglo XXI ¿no estaremos echando de menos ideales, proyectos por los que arriesgar la vida y hacerla producir? ¿Acaso alguien dirá que en nuestra política, en nuestras instituciones, en nuestras escuelas y universidades, se puede plantear un ideal sin que lo llamen radical o extremista?
Así tenemos las calles llenas de mediocridad, con jóvenes ocupando una tarde de fiesta, en Baeza, por ejemplo, donde leí estos versos escritos en una moldura, discutiendo en el tranco de un portal, sobre quién liaba un porro -como el que se estaban fumando- más rápidamente.
Para recoger esas flores y pasarme la vida paralizado, escondido de las fieras que me separan de la felicidad, en el idilio de la droga; para eso, prefiero ser un radical, si es con esa palabra como ahora designan a esos a los que de siempre se les ha reservado el título de héroes.
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