¡Incomprensible! No porque no fuera yo realmente un bohemio, que lo era, sino porque estaba convencido que después de echar una ojeada por las pantallas de las televisiones españolas o de salir a la calle y ver la fauna urbana que divaga por ellas (frikis de camisetas negras y ojeras, de aspecto enfermizo blanquecino, como los pretendidos poetas tuberculosos del Romanticismo, o esos otros frikis de ropas anchas y pantalones por debajo del culo, quizá raperos o hiphopistas; frikis de mírame y no me toques, con sus ropas todas de marcas, colores sorprendentes, peinados imposibles, maquillajes y depilaciones insanas, o sea, pijos; frikis del sexo que se dicen llamar tarvestis…) sería difícil extrañarse ante algo.
Frikis de todo tipo, junto a los cuales el cobrador del frac no tiene más interés que un policía que regule el tráfico en una intersección de avenidas. Así, animado por semejante surrealismo llevado a su máxima expresión, decidí vestir mi peluca de tirabuzones y mis medias hasta las rodillas, donde se ciñen los machos de unos ridículos pero precioso pantalones de terciopelo. Como modo de vida, al menos, no me parece la de Mozart menos respetable que todas estas.
En fin, el hecho de ser un bohemio tenía dos significados: revelarme contra los gustos superficiales de una sociedad hedonista, de pensamiento débil, sin valores ni temas de fondo relevantes o trascendentes, al menos no más que lo que puede trascender el valor del dinero. Y el otro significado: el de pasar por el mundo como un hombre que camina calzado, como todos por estas latitudes (me pregunto cuántos de mis lestores sabrán definir con precisión, a estas alturas, los conceptos de latitud y la longitud en un plano), pero como un hombre poeta, cuyos versos y ensoñaciones son como unas flores que perfuman y suavizan sus pasos.
En cuanto al primer significado no piensen ustedes que quiero con mi reveldía que la cosa cambie, o que la sociedad se conformase de gente igual que yo, o con mi misma manera de pensar. Eso supondría una molestia considerable y conllevaría que yo empezase a ser igual que ellos antes de parecerse a mí. No soportaría el comportamiento de los demás de ninguna de las maneras. En un mundo de bohemios intentaría ser normal para provocarles. Es una cuestión irracional y de cosquilleo en el estómago.
En cuanto al segundo significado no tengo nada más que añadir, sólo es una invitación, una sugerencia para descubrir un camino a quien esté capacitado para encontrarlo. Intentar explicar a algún profano el sentido profundo de la bohemia, de la belleza de la convivencia con realidades tan superiores como cotidianas, sería tan inútil como intentar convencer a un perezoso (a saber: patata de sofá, obeso de piso, jugador viciado de vídeo consola) de lo satisfactorio que resulta ser emprendedor y aventurarse en empresas que nos superan a simple vista y que nos hacen mejores. Nada de esto sería convincente, porque no se puede argumentar, sólo sugerir. No sé quién dijo que la mejor manera de atraerse a los hombres a la verdad no es tratar de imponerla sino sugerirla; pues eso.
Ya me quité el pelucón y dejé de silvar el Lacrimosa para el Requiem, pero no puedo dejar ese estado de insatisfacción que me lleva a escribir y a increpar, a leer, a debatir, a veces a callar, y cualquiera que comprenda cómo son los bohemios sabrá de qué estoy hablando.
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