Desde hace ya unos años vengo observando en los proyectos curriculares de la asignatura de Lengua Española y Literatura, que uno de los objetivos primordiales de esta asignatura es lograr que el alumno adquiera destreza en la lectura de textos y en su comprensión, como instrumento para desarrollar las capacidades comunicativas. Efectivamente, no le falta razón a quien afirme que la lectura es muy conveniente para aprender a escribir y a expresarse, así como para comprender y entender lo que nos dicen o leemos. Por eso es magnífico que estemos de acuerdo en nuestra comunidad educativa en la obligatoriedad del estudio de esta asignatura hasta finalizar el Bachillerato. Es más, en la LOE se contempla el incremento de horas semanales que en las aulas españolas se dedicarán a impartir esta asignatura tan instrumental.
Sin embargo pienso que es un error limitarse a ver la lectura como un instrumento, como un simple medio para lograr despertar la capacidad comunicativa y para desarrollarla con éxito y corrección. La lectura va más allá, trasciende siempre el mero aprendizaje más o menos explícito de unas estructuras gramaticales, la lectura de un libro o de un artículo, ofrece siempre una visión de la vida, del mundo. La lectura de una novela, de un poema o de una obra teatral siempre aporta la experiencia de personas ajenas, de mundos ajenos y de pensamientos ajenos. A diferencia de otros medios escritos, las obras literarias presentan modelos, muestran lo que hay de bueno y de hermoso en la existencia, sin demostrarlo. Cualquiera es capaz de acceder a sus contenidos, cualquiera es capaz de comprender y valorar los argumentos, porque cualquiera que lea o escuche estas historias, estas palabras, tiene algo en común con todo esto: la vida.
La lectura sirve para leer mejor, para escribir mejor, para comprender mejor textos expositivos, argumentativos, descriptivos, narrativos… No. La lectura sirve para aprender a vivir, para aprender a saborear la excelencia del dolor (el gran problema de nuestro siglo), para encontrar un tesoro de conocimiento que nos guíe hacia la felicidad, que nos ayude a comprender el sentido de pisotear nuestro yo, como tantos héroes, para alcanzar la perfección, que nos ayude a respetar al otro por su propia dignidad de persona, por la libertad de su conciencia. La lectura sirve sobre todo para aprender a movernos por situaciones en las que otros ya se han encontrado.
Hay dos males, al menos, en nuestra sociedad que nos encaminan hacia una decadencia moral y espiritual, hacia una crisis de virtudes y valores: uno, el no leer libros o el leer libros malos; otro, quitarle a la lectura su función principal de transmisora de cultura y de mensajes valiosos.