Monday, July 06, 2009

El placer de leer


Un niño tiene que gozar con el lenguaje literario y los recursos simbólicos y argumentales presentes en sus textos. Hay que provocar el placer estético para que el alumno lea. Leer es, pues, un placer, y cosas así, son las que hacen que las editoriales sigan desperdiciando tinta a color y papel cartoné para la edición de los miles de libros que cada año salen al mercado, buscando atraer por la vista al infante y al adolescente. Sin darse cuenta, quizá premeditadamente, de que la lectura es de la letra y no del dibujo ni de la portada.

Pienso –estoy convencido- que es un gran error pretender que un niño lea, motivado por el placer. Entre otras cosas porque la finalidad de la lectura no es sentir placer, solamente. Leer es esforzado, y que la letra con sangre entra es una realidad que nuestra actual situación académica está demostrando como un hecho empírico. Desde que el aprendizaje queda supeditado a la libre iniciativa del alumno, que se siente atraído por el placer, no hemos tenido tanto fracaso escolar ni tanto analfabeto con estudios. Las aulas universitarias están llenas de personas incultas, muchas de ellas no han leído un clásico en su vida. Es decir, que sin sangre, sin esfuerzo, aquí no lee ni Perry. El problema es que el esfuerzo es algo que va camino de desaparecer hasta del diccionario.

Bien es verdad que muchos, sin embargo, son los libros que se venden, aunque no tantos los que se leen. La gente regala libros, pero no se leen; en el mejor de los casos pasan a adornar las estanterías de una biblioteca virgen, de libros inmaculados. ¿Y el fenómeno Harry Potter o el de los vampiros de Crepúsculo? ¿Qué hay de Larsson y Follet? Esos son libros que se leen con gusto, y mucha gente los lee, se podría replicar. Sentirse satisfecho por esto, sería similar a estar satisfecho porque nuestros hijos se hinchan de comer hamburguesas malsanas en un restaurante de comida rápida. Los niños y los adultos también, por qué no, deben comer de todo y de un modo equilibrado para crecer y mantener sano el organismo. Del mismo modo, nuestra inteligencia necesita para desarrollarse una dieta equilibrada. No puede alimentarse solo de hamburguesas chorreantes de grasa.

Recuerden cuando eran pequeños y piensen en las comidas de casa: muchas, me atrevería a decir, la mayoría, no gustaban, en muchos casos producían un rechazo casi angustioso y resultaba una tragedia comerse aquellas verduras, esos potajes, pescados, etc. Por supuesto el alcohol –el vino, la cerveza, el cava- seguramente eran asquerosos para nuestro paladar, igual que el café del que no podemos pasar ahora un día sin habernos tomado alguno que otro. ¿No se deleitan hoy con esas comidas antaño asquerosas? ¿No les parece vulgar comerse una hamburguesa con coca cola? Si les ocurre eso es porque han educado su paladar, les han enseñado a comer bien, han madurado en el conocimiento de lo que antes hacían como mera obligación. Han conseguido sacar el placer de lo que aparentemente era desagradable. Y a nadie le asombra que para celebrar una fiesta importante se descorche una botella de champán y no de Fanta de naranja. Den gracias a quienes le hayan descubierto esa otra dimensión sensorial que es la de la buena cocina y no le han dejado seguir solo su capricho hacia el pan de molde y la carne de rata.

Algo similar ocurre con la lectura. ¿Por qué vamos a tener miedo de crear un buen hábito a un hijo porque se aburra? Si solo leemos Harry Potter y cosas por el estilo, aunque tengan muchas páginas, nunca apreciaremos el placer de la lectura, ni aprenderemos tantos valores y enseñanzas que los libros recogen. Gozar de ese placer requiere un adiestramiento, como el de comer, si bien es verdad que este último es más fácil de conseguir, puesto que todos hemos sido dotados por la naturaleza de parecidas capacidades fisiológicas y el placer de leer no es solamente orgánico. Hay que conseguir probar algo que disgusta, un libro arduo, por lo costoso de su lectura. Da igual que no se disfrute, el intelecto del niño lo necesita y probablemente lo sabrá apreciar en el futuro. Hoy yo sería incapaz de leer un best seller, y, sin embargo, disfruto, como no se pueden hacer cargo, leyendo El Quijote, La mocedades de Ulises, a Aldecoa y a Mendoza. ¿Para mí leer es un placer? A veces lo es, pero sobre todo es una necesidad, y muchas veces un ejercicio por engranar mis ideas, por buscar una salida a tantos problemas, a tantos anhelos e ilusiones. Siempre leer resulta productivo, porque enseña a pensar. Para mí no es mero pasatiempo, es formación, pero una formación del propio sentido estético, que será capaz de descubrir la belleza excelsa que tantos necios reprueban para regocijo de su ignorancia, porque no han sido capaces de vencer la angustia de su sabor inicial.

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