Wednesday, July 27, 2011

Etiquetas




La tragedia que ha ocurrido en Oslo hace unos días ha desatado torrencialmente esa capacidad humana que tenemos muy desarrollada en Occidente de clasificar y racionalizar las cosas, acontecimientos o personas.
En el mismo día, aún en medio de un caos informativo y con la sangre de las víctimas todavía caliente, vertiéndose en las aguas colindantes a la isla de Utoya o por el alcantarillado del centro de la capital noruega, en ese mismo día, ya estaba iniciada la guerra de etiquetas para colocar a la espalda del asesino. Neonazi, fundamentalista cristiano, masón, islamófobo, derechista radical… ¡Qué importante es para la prensa, la política y la opinión pública encontrar etiquetas con las que clasificar incluso lo que carece de razón!
Encuentro en el mismo día una etiqueta para excusarse y eximirse de la causa de las miles de personas que pasan hambre en Somalia: indiferencia. Desde hace meses manoseamos otra etiqueta para un grupo de individuos que se manifiestan en la calle: indignados. Estas etiquetas banalizan la esencia de aquello de donde cuelgan, porque lo simplifican o lo condenan al olvido de una estantería como se hace con un bichejo en un bote de formol, eso sí, con su etiqueta. O bien banalizan el significado de la palabra al asociarla a algo que manipula su significado. Poner la etiqueta es a lo que aspira un coleccionista de observaciones, no un científico. Para el científico identificar es el paso inicial, para el aficionado es el objetivo.
El hombre civilizado necesita poner un nombre a todo para sentirse dominador. Hoy, en julio de 2011, necesitamos palabras que enjuicien y definan claramente lo que nos rodea, como Adán y Eva tuvieron que nombrar cada animal y cada planta para saberse señores de la creación. El lenguaje verbal sigue teniendo un poderoso poder, casi mágico, necesario para aumentar la sensación de seguridad de quien lo usa. Por mucho que se hable del relativismo, de la posmodernidad, de la desestructuración del lenguaje, el hombre del siglo veintiuno sigue necesitando llamar al pan pan y al vino vino, o al menos engañarse llamando al pan vino y al vino pan. Lo importante es que la etiqueta sea mínimamente convincente para acallar la eterna pregunta: ¿por qué?
Cada vez nos gusta menos pensar, aunque se nos llene la boca al hablar de progreso. Pensar es peligroso, porque es intentar llegar al fondo de las cuestiones y nos puede poner ante los ojos que el mal existe, y que contiene una inquietante solidaridad de la que no estamos exentos ninguno de nosotros y que no dominamos. Poner etiquetas es como poner tierra de por medio entre el que etiqueta y lo etiquetado. Es el abortivo de un proceso de autocrítica. Ante el miedo a la verdad existe un remedio rápido y fulminante a corto plazo: la imposición de la etiqueta por consenso. ¿Cómo etiquetar esta acción casi instintiva? ¿Cobardía? ¿Incoherencia? No sé cuántos iniciarán una somatizante búsqueda de etiqueta para este nuevo fenómeno que he descrito, pero cuando la encuentren el problema se habrá quedado sin solucionar en algún bote de formol de la conciencia colectiva. Y al final acabamos pensando, como al principio de los tiempos, que las cosas pasan porque son así: neonazis, indiferentes o indignadas. Punto.

1 comment:

Ezequiel said...

he entrado en to blog!!!! creo que a partir de ahora entraré algo más porque voy a tirar de él por si encuentro argumentos o ideas que me vengan bien

Un saludo!!