No hace muchos días me asaltó
–eso sí, con una espléndida sonrisa-, un cruzrroja, o sea, uno de esos chicos
que se distinguen del pedigüeño de turno por vestir un chaleco estampado con la
marca de la ONG correspondiente.
“¿Quieres usted colaborar en
alguna acción social?” Pero es que yo ya colaboro. No llevo chaleco, ni asalto
al transeúnte por la vía pública, pero mire, yo soy una ONG. Y es que de
momento tengo una nómina. Colaboro con muchas labores sociales con mis
retenciones e impuestos. Con el dinero que no llego a cobrar de mis horas de
trabajo, promuevo algo tan admirable como el equilibrio ecológico, pues con ese
dinero los consejeros de la Junta se fuman porros que reducen la extensión de
los cultivos de marihuana (especie invasiva) y el rey mantiene a raya la
población de elefantes en el castigado continente africano. Con mi dinero socorro
–muy desinteresadamente- la mejora sanitaria de aquellos que se cambian de
sexo, o a la de aquellos que cada fin de semana caen en coma etílico y han de
ser asistidos por la Seguridad Social. Qué decir de mi desinteresadísima
colaboración con el fomento de los derechos del trabajador, financiando con mi
dinero (en forma de subvención) los miles de pasquines, pegatinas y pancartas
de los sindicatos (cuya producción se ve que requiere muchos liberados
sindicales), o los ingresos por el PER que sostiene a familias enteras (quien
trabaje en el campo y viva en un pueblo lo sabe) cuyos miembros no han
trabajado nunca ni tienen ánimo de hacerlo. Por supuesto, con mi dinero ayudo
al bienestar social, tanto del erasmus que se va a emborracharse a otro país,
porque el alcohol de aquí ya no “le pone”, como a los familiares de los
políticos que cobran con mi dinero los puestos de trabajo diseñados a la carta,
designados a dedo y de incierta utilidad. También fomento el estudio y la
formación académica de calidad, pues, con mi dinero, los estudiantes de la
pública (escuela y universidad) cada vez acceden a más becas económicas con
peores notas, además de poder promocionar de curso de modo automático, así
recortan en horas de estudio y les es posible dedicarse a lo lúdico. Y lo
mejor, en esta época de crisis contribuyo a crear infraestructuras. Por
ejemplo, cada vez que hay una huelga o una concentración de quinceemes, los
municipios reponen contenedores quemados, tienen que limpiar las pintadas en
cualquier edificio, despegar las consignas de sus reclamaciones hasta de las
señales de tráfico, y arreglar desperfectos en el mobiliario urbano. ¿Con qué
dinero? Con el mío. Y esto es solo una pequeña parte de lo que hago con lo que
producen mis horas de trabajo.
Yo soy una ONG, a la que le
podríamos llamar Organización de Nóminas de Gilipollas. Y es que contribuyo
desinteresadamente, es decir, sin interés ninguno, a que unos cuantos se
aprovechen del dinero que sumado mes a mes me permitiría alquilar un piso o
comprarme un coche. Así que querido cruzrroja, búsquese una nómina y verá qué
bien ayuda al desarrollo.
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