En el asunto de la lectura de los
niños tememos renunciar a lo pragmático, aunque sus escasos resultados vayan
en perjuicio de lo esencial.
¿Por qué deseamos que los niños
lean, “aunque sea” un diario deportivo? Porque, sin duda, tenemos la convicción
de que el hábito de descodificar palabras, sean las que sean, beneficia
indiscutiblemente al lector. Sin embargo, en mi experiencia no pequeña de
fomentar la lectura, encuentro, no inútil, sino hasta perjudicial, el hecho de
que los niños lean por leer.
Actualmente en el mercado
editorial juvenil se ofrecen ingentes cantidades de títulos encaminados a esta
praxis del leer por leer. Y me pregunto ¿esas lecturas benefician a sus
lectores? Si somos pragmáticos –y olvidamos cuál es la esencia misma de la
lectura-, diríamos que sí, pues el niño se acostumbra a leer y eso hará que
mejore sus destrezas expresivas. Es decir, un resultado que hace de la lectura
una acción exclusivamente instrumental. Así y todo, no tengo clara la certeza
de esta afirmación desde un punto de vista empírico, pues conozco una mayoría
de consumidores de este tipo de lecturas que no mejoran su vocabulario, no
maduran sus ideas y no son capaces de expresarse mejor que sus compañeros que
no leen. Es más, fácilmente esos lectores acaban por abandonar la lectura y
encontrar tediosa la presencia de un título clásico, qué decir ya si se trata
de poesía.
Lo único pragmático constatable
de estas lecturas es que resultan entretenidas en tanto que muchas de ellas
apelan a esa curiosidad llamada morbo (erotismo, violencia, sangre, poder,
venganza), que está despertando en las mentes adolescentes. En cuanto el morbo
se puede encontrar más cómodamente en la internet, en la televisión y en la propia
vivencia de la calle, no es raro que se abandone la lectura. ¿Ha resultado
entonces formativo que el niño lea? Observo que no. Y es que se olvida que la
literatura es algo que se valora por su esencia, no por logros cuantificables. De modo que un niño que haya leído un solo
libro en todo un curso académico, puede haber madurado más que el que haya
recibido un diploma por leer gran cantidad de libros durante el mismo curso.
La literatura busca la
comunicación y, por tanto, lo más importante es seleccionar los mensajes que
pretendemos que el niño lea y asimile. Los mensajes más enriquecedores suelen
expresarse de un modo que no se alcanza a comprender sin haber adquirido una
determinada manera de descifrarlos, de leer. Si lo que enriquece de un libro es
indescifrable, es entonces inalcanzable y hace estéril la obra literaria.
Para lograr que un niño esté en
disposición de hacerse mejor –esto es la esencia- a través de la lectura,
debemos ir ofreciéndole de modo progresivo libros de calidad, con valores
universales, con riqueza expresiva, de toda índole: lírica, narrativa y
dramática; con abundancia de simbología, con palabras en desuso dentro de su
jerga y del empobrecido lenguaje coloquial. Para ello no queda más remedio que
salir del mercado y de los fenómenos de masas. La lectura de un libro como Juego de tronos, puede resultar más
perjudicial, esencialmente hablando, que no leerlo.
Los planes de estudios deberían
ser más sensibles a la auténtica importancia de la lectura, de poner en
disposición de leer, entender y disfrutar, por ejemplo El Quijote, a una mayoría de estudiantes; pero mucho me temo que
los intereses ideológicos estén por la línea de grabar en la mente del lector
lo políticamente correcto, frente a lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo
malo, lo que merece la pena y lo que es despreciable. Y, sin duda, es por ello
que una corriente muy fuerte de la actual didáctica de la literatura renuncie a
los clásicos por mor de un canon impuesto por las necesidades comerciales de
las editoriales y de los grupos ideológicos de poder como el feminismo, el
ecologismo, el laicismo y otros ismos, siempre empobrecedores –ya que se
limitan a ver la realidad por un solo canuto-, frente a la amplitud de los
valores universales que hacen clásicos a los clásicos, pues son imperecederos.
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