Es probable que a más de uno le
haya ocurrido lo que a mí antes de ponerme a escribir este texto: querer proporcionar
el argumento definitivo e incuestionable sobre el asunto de marras. En esta
ocasión, el aborto.
Sin embargo, es más que difícil
hablar de determinados asuntos que se dicen “ideólogicos”, sin posicionar al
lector, casi mecánicamente, a favor o en contra, y sin despertar ese “espíritu
crítico” que todos tenemos, que más que intentar juzgar como verdaderos o falsos los juicios del autor, se
afana con cierta ansiedad en buscar aquella información , modo de decir, o lo
que sea, que desnude el posicionamiento progre o reaccionario del narrador,
para dejar de pensar y poder leer con tranquila simpatía o antipatía lo que
resta del artículo.
En fin, yo les ahorraré esfuerzo;
estoy en contra de toda ley que no prohíba taxativamente el aborto. Hala, a
descansar la mente. Tampoco les daré el tal argumento definitivo. Lo siento.
Si aún continúan leyendo, díganme
¿quién duda en conciencia y sinceramente (después de haberlo pensado, claro
está) de que la reproducción asistida (en tanto su aplicación supone el sacrificio de algunos embriones) y el aborto sean prácticas eugenésicas?
Al fin y al cabo se trata de seleccionar quién vive y quién no, de manera
arbitraria. ¿En qué nos diferenciamos, pues, de esos que seleccionaban a los
individuos que debían existir y eliminaban al resto, esos nazis a los que ahora
tanto aborrecemos? ¿Nosotros somos, quizá, mejores seleccionadores? ¿O tal vez
nos merezcamos más que ellos el vivir con quien nos dé la gana? El hecho mismo
de considerar una amenaza el nacimiento de un niño cuando toque, a parte de
recordarnos ciertos relatos bíblicos como el de Herodes, dice mucho acerca de
las motivaciones que mueven a una sociedad que se complace en definirse como
moderna y democrática.
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