Cuando un niño, adolescente o
joven universitario, afirma no tener nada que estudiar se le suele responder
que hasta que no tenga todo sobresaliente tendrá algo que estudiar. De modo que
mientras exista una deficiencia en el conocimiento será posible crecer en este.
Por tanto, los estudiantes desocupados que no alcanzan buenas calificaciones no
pueden culpar a nadie más de estas, sino a su desidia.
Si extraemos esta lógica al campo
de lo profesional y laboral, me pregunto ¿cómo siendo España un país no
sobresaliente, es decir, de 10, en tantos aspectos (universidad, industria,
banca, infraestructuras, política, economía, y todos los etcéteras que se
quieran poner) puede tener tantos ciudadanos -unos seis millones- en edad laboral
desocupados?
En este caso, la desocupación que
no se deba a la mera desidia, viene impuesta. Impuesta desde su raíz por un
sistema educativo que no dirige bien hacia las auténticas necesidades de
crecimiento de la nación. La escuela ha sido maltratada en España por leyes
educativas promovidas desde el prejuicio ideológico. Quizá sea momento de
aceptar el auténtico valor de la escuela como garante del futuro de una nación.
Un proyecto educativo que respete los
intereses particulares de la persona, pero que pueda conducirlos hacia los de
la nación, de modo que no entren en conflicto y dirija a cada uno a solventar
una de las muchas deficiencias que tiene España.
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